El calor del recuerdo

 Estaba atrapada en esa casa, los últimos rayos de sol se colaban tras la ventana. Me acerqué a ella y quité el vaho del cristal, no se veía a nadie fuera. Me puse a pensar si alguien me había visto entrar. No, no lo han hecho, estábamos los dos solos, pero ese no era el problema. El problema era salir, la puerta estaba cerrada, por más que trataba de forzarla no había manera. Pero no era solo la puerta, las ventanas no se abrían. Solo me queda romperlas. Golpeé el cristal con una mesita, pero no se rompió. Era todo muy extraño. Yhesy relájate, lo mejor es esperar que anochezca.

Vi un cigarro que parecía un puro. Lo encendí y me quedé mirando fijamente la pequeña llama del fósforo. Su calor casi me quemaba las uñas y pensé. Sí, pensé en como había llegado hasta allí, en mis planes, en como de un segundo a otro pasé de cazadora a presa. Pensé en el instante mismo que te maté, en como estaba estaba segura de haber acabado de una vez por todas con el problema. En un segundo miles de pensamientos pasaron por mi mente. Hacía frío, mucho frío, no funcionaba nada, ni la luz, ni el agua, ni la calefacción. Allí estaba sola, atrapada y con el simple calor del recuerdo. 

Busqué una salida, siempre hay una salida. Empecé a palpar las paredes, el suelo, el techo. No puede ser que no se rompan esta mierda de cristales. Les tiré una mesa, sillas, lo que podía. Respira hondo, piensa. Había sido un día normal, tú eras un tipo normal. ¿Porqué después de acabar contigo yo estaba presa? ¿Que casa era esta? ¿Quien eras tú?

Fui corriendo hasta ti, revisé tus bolsillos, tu ropa, no había nada. Ya había anochecido y ahí estábamos los dos, atrapados. Tú entre los muertos y yo entre los vivos. Me senté en ti, te golpeé, no me ayudabas en nada y me empezaba a desesperar. Te miré la mano y vi al lado de la puerta un rectángulo. Quizás sea una idea tonta, pero... ¿y si esta mierda de casucha se abriera con tu mano? Te arrastré como pude hasta la puerta, pesabas mucho. Me arrepentí de no haberte cortado la mano, habría sido más fácil. Puse tu mano sobre el rectángulo y ¡voilá! la puerta se abrió. Se encendieron las luces, el televisor y hasta se escuchaba el sonido del microondas calentando algo. No me quedé a ver que era, encendí una cerilla y la eché sobre el sofá. Empezó a salir humo, prendió rápido. Me alejé corriendo de allí dejándote con el calor de mi recuerdo.

 


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